La vida me regalo un hermano mayor, así
que nací y él ya estaba allí. Compartimos mucho juntos, muchas
travesuras, pero bueno, que era un chico y yo quería una hermanita. Mi hermano
y yo peleábamos lo normal, lo que pelean los hermanos, jugábamos mucho, yo
siempre tenía que inventar juegos porque según él yo era la mejor en eso de
inventar cosas así que inventaba, pero en el fondo estaba aburrida, quería
mucho una hermanita: quería hacer ropita de muñecas, jugar a la casita,
al té y a maquillarme.
También me gustaban las pistas de
carritos, construir ciudades y retarlo a correr o pegarnos a modo de lucha
libre. Así que me gustaban las dos cosas.
Lo normal es que el tiempo pasa, él hace
sus amigos y yo los míos, y así fue hice mis amigos, las chicas no se me daban
bien. Creo que jugué demasiado con mi hermano y si estaba con alguna chica la
retaba a correr o intentaba hacerle una llave de lucha libre. En
definitiva, yo aún no manejaba el arte de hacer cosas de chica. Con mi madre aprendí
otras cosas; ella es del tipo mujer intelectual, que le toneladas de libros,
que lleva un look natural y para quien ha sido más importante alimentar el
espíritu que el ego. Así que yo no poseía un entrenamiento previo. Por
estas cosas y más supongo que quería una hermanita.
Al final las chicas fueron
llegando una por una a mi vida; entre cursos, estudios, campamentos, fiestas,
reuniones, amigos en común, etc. Y la vida me fue regalando hermanitas;
hermanitas que leen toneladas de libros, que aman el diseño tanto como yo, que
escriben y dibujan, que alimentan su espíritu, que cocinan rico, que bailan,
que corren con lobos. Hermanitas con las que voy al cine, me río, sueño, peleo
y juego. Hermanitas que vienen un rato y se quedan mucho y otras que se quedan
poco, pero que siempre están.
Y hoy pienso que quiero agradecer
por todas y cada una, que las quiero, que son mis hermanitas, las que siempre
deseé. Y que he sido bendecida por tenerlas.