jueves, 22 de enero de 2015

Re-cordar


Leyendo un artículo de la periodista cubana Yoani  Sánchez, donde hablaba del viaje que hizo a  Berlín y su relación con su padre,  recordé  un viaje; el viaje a la tierra donde nació mi padre: San Sebastián, este lugar mítico en torno al cual giraban los recuerdos y las conversaciones en mi casa. 
Cuando tenía 8 años quise regalarle a mi padre algo especial para su cumple y pinte un cuadro de la  Playa de La Concha, que está situada en la Bahía de La Concha, al oeste de la desembocadura del río Urumea, separada del mismo por el monte Urgull.  De vez en cuando la imagen de esa pintura invade mis pensamientos como una diapositiva que se proyecta en el espacio. Las casitas todas torcidas, las vías enormes por donde coches de tres ruedas y muchas ventanas  transitan  hacia esas vacaciones infinitas que imagina uno de pequeña.  Personitas aplastadas en la arena color pan rallado que logre representar con mi mezcla de tres colores, y el mar, aquel mar que se abría como un ojo lleno de asombro ante un sol eternamente amarillo. Ese cuadro me dio más alegría pintarlo que regalarlo.
El día que llegamos a San Sebastián mi hijo y yo, era un día soleado, nos recibió mi primo a quien tenía más de 15 años sin ver. Nos comentó que el clima había hecho una tregua para recibirnos porque días anteriores había llovido mucho. Las lágrimas y los abrazos no se hicieron esperar, comenzaron a fluir con aromas a helados, sonidos  de fiestas infantiles y payasos risueños. En el paseo fuimos guiados  por la mano de nuestra abuela, con la que hice ese paseo mentalmente al menos un millón de veces. Subir al Monte Igueldo, donde se celebraban bailes y donde mi padre iba a jugar de pequeño era una visita obligada. La panorámica desde ahí es un privilegio a los ojos. Sientes que viaja a comienzos del siglo XX  y estas contemplando la reconstrucción de la ciudad.  Cada lugar que veía tenia historias contadas que luego me transportaban a olores de platos como los chipirones, las croquetas de la abuela, el bacalao al pil pil, la merluza en salsa verde y los mil manjares maravillosos que de su cocina salían. Las navidades y las tradiciones, los abrazos y las discusiones. Un tópico clásico eran los apellidos, siempre había algún apellido al que perseguirle la raíz  y ver si su origen era Vasco, latín, eslavo o azteca...siempre era un tema. Al final concluían que todos tenían raíz vasca en esencia   y así terminaban felices la sobremesa.  Terminar de comer y beber un pacharán que te ayudara a digerir más fácilmente.  O comer queso con chacolí.   En mi viaje encontrarme de nuevo las sidras que bailaban en la cocina de mi casa, el queso de Marengo. Los caramelos y bombones que mi abuela traía a casa al volver de sus viajes por su querida tierra. 
Recordar, del latín Recordis volver a pasar por el corazón. Todo pasaba de nuevo por el mío, las miradas, los besos, los cuentos. Como cuando visite los peines de Chillida, quien le dijo a mi padre mientras exponía sus cuadros que siguiera trabajando pues tenía mucho futuro. Esa historia llenaba de orgullo a mi abuela. La contaba representando al personaje, mirando al infinito como si Chillida, se encontrase en algún plano al que solo ella podía dar un vistazo. 
La isla de Santa Clara, frente a la playa,  pequeña y llena de anecdóticas escapadas que hacían mi padre y sus amigos para fumar, beber o hablar de chicas. 
El ayuntamiento, el viejo casino. La Plaza la Constitución, antigua plaza de toros, el teatro Victoria Eugenia, donde mi abuela asistía a conciertos, zarzuelas y operetas.   El puente de Zurriola. Los otros dos puentes el de Santa Catalina y el de María Cristina, que es el más hermoso de los tres. 
San Sebastián para mí fue como una sesión de meditación de una semana, donde viaje  a lo más profundo de mí ser, de donde vengo, cual es mi historia. En cada esquina me preguntaba cómo mi papá y mis abuelos se marcharon de aquella maravillosa ciudad, pero supongo que como dice Ortega y Gasset " yo soy yo y mis circunstancias" y posiblemente esta ciudad no significó lo mismo para ellos que para mí, es ese momento.   

Lo que si es cierto es que estos viajes de retorno por el camino ancestral marcan de manera hermosa cuando estas consciente de escuchar a tu corazón y saberte vivo y agradecido por todo lo que ellos antes de ti hicieron. Decirles gracias desde este rincón de la tierra es una experiencia que me cuenta más de ellos y los amo más por eso.





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