Leyendo un artículo de la periodista
cubana Yoani Sánchez, donde hablaba del viaje que hizo a Berlín y
su relación con su padre, recordé un viaje; el viaje a la tierra
donde nació mi padre: San Sebastián, este lugar mítico en torno al cual giraban
los recuerdos y las conversaciones en mi casa.
Cuando tenía 8 años quise regalarle a mi
padre algo especial para su cumple y pinte un cuadro de la Playa de La
Concha, que está situada en la Bahía de La Concha, al oeste de la desembocadura
del río Urumea, separada del mismo por el monte Urgull. De vez en cuando
la imagen de esa pintura invade mis pensamientos como una diapositiva que se
proyecta en el espacio. Las casitas todas torcidas, las vías enormes por donde
coches de tres ruedas y muchas ventanas transitan hacia esas
vacaciones infinitas que imagina uno de pequeña. Personitas aplastadas en
la arena color pan rallado que logre representar con mi mezcla de tres colores,
y el mar, aquel mar que se abría como un ojo lleno de asombro ante un sol
eternamente amarillo. Ese cuadro me dio más alegría pintarlo que regalarlo.
El día que llegamos a San Sebastián mi
hijo y yo, era un día soleado, nos recibió mi primo a quien tenía más de 15
años sin ver. Nos comentó que el clima había hecho una tregua para recibirnos
porque días anteriores había llovido mucho. Las lágrimas y los abrazos no se
hicieron esperar, comenzaron a fluir con aromas a helados, sonidos de
fiestas infantiles y payasos risueños. En el paseo fuimos guiados por la
mano de nuestra abuela, con la que hice ese paseo mentalmente al menos un
millón de veces. Subir al Monte Igueldo, donde se celebraban bailes y donde mi
padre iba a jugar de pequeño era una visita obligada. La panorámica desde ahí
es un privilegio a los ojos. Sientes que viaja a comienzos del siglo XX
y estas contemplando la reconstrucción de la ciudad. Cada lugar que
veía tenia historias contadas que luego me transportaban a olores de platos
como los chipirones, las croquetas de la abuela, el bacalao al pil pil, la
merluza en salsa verde y los mil manjares maravillosos que de su cocina salían.
Las navidades y las tradiciones, los abrazos y las discusiones. Un tópico
clásico eran los apellidos, siempre había algún apellido al que perseguirle la
raíz y ver si su origen era Vasco, latín, eslavo o azteca...siempre era
un tema. Al final concluían que todos tenían raíz vasca en esencia y así
terminaban felices la sobremesa. Terminar de comer y beber un pacharán
que te ayudara a digerir más fácilmente. O comer queso con chacolí.
En mi viaje encontrarme de nuevo las sidras que bailaban en la cocina de
mi casa, el queso de Marengo. Los caramelos y bombones que mi abuela traía a
casa al volver de sus viajes por su querida tierra.
Recordar, del latín Recordis volver a
pasar por el corazón. Todo pasaba de nuevo por el mío, las miradas, los besos,
los cuentos. Como cuando visite los peines de Chillida, quien le dijo a mi
padre mientras exponía sus cuadros que siguiera trabajando pues tenía mucho
futuro. Esa historia llenaba de orgullo a mi abuela. La contaba representando
al personaje, mirando al infinito como si Chillida, se encontrase en algún
plano al que solo ella podía dar un vistazo.
La isla de Santa Clara, frente a la playa,
pequeña y llena de anecdóticas escapadas que hacían mi padre y sus amigos
para fumar, beber o hablar de chicas.
El ayuntamiento, el viejo casino. La Plaza
la Constitución, antigua plaza de toros, el teatro Victoria Eugenia, donde mi
abuela asistía a conciertos, zarzuelas y operetas. El puente de
Zurriola. Los otros dos puentes el de Santa Catalina y el de María
Cristina, que es el más hermoso de los tres.
San Sebastián para mí fue como una sesión
de meditación de una semana, donde viaje a lo más profundo de mí ser, de
donde vengo, cual es mi historia. En cada esquina me preguntaba cómo mi papá y
mis abuelos se marcharon de aquella maravillosa ciudad, pero supongo que como
dice Ortega y Gasset " yo soy yo y mis circunstancias" y posiblemente
esta ciudad no significó lo mismo para ellos que para mí, es ese momento.
Lo que si es cierto es que estos viajes de
retorno por el camino ancestral marcan de manera hermosa cuando estas consciente
de escuchar a tu corazón y saberte vivo y agradecido por todo lo que ellos
antes de ti hicieron. Decirles gracias desde este rincón de la tierra es una
experiencia que me cuenta más de ellos y los amo más por eso.